3 de enero de 2010

Jugando... (2)



Hoy no me apetecía cenar en casa, así que hemos quedado en el restaurante. Me gusta este ambiente elegante donde la gente guarda tan bien las apariencias. Ahí estás, sentado, esperándome y tu cara se ilumina al verme.
- Veo que has hecho una buena elección, tendré que dejarte hacerlo más a menudo, esa camisa ajustada te queda muy bien, y el negro es mi color favorito - sonríes encantado por mi comentario, porque si me gusta como te sienta algo, te miraré con mucha más atención, y sentirte observado te hace sentir valioso.
- Lo sé mi Señora, por eso la elegí - buscas en mi mirada ese signo de aprobación que te hace feliz.
Me siento enfrente de ti, este lugar es uno de mis favoritos porque aún usan esos manteles largos tan discretos, que llegan casi hasta el suelo. Cuando el camarero se acerca pido un plato de pasta y de segundo la ternera con salsa de queso, y para beber una botella de agua fría.
- ¿Y el señor qué va a tomar? - me miras, esperando a ver qué decido.
- El señor no va a tomar nada, gracias, solo me acompaña - el camarero, frunce el ceño pero recoge la carta y se retira con una leve inclinación de cabeza.
- Yo la sirvo mucho mejor, Señora, si me permite decirlo.
- Por supuesto, pero sabes que me gusta cambiar de ambiente, y verte aquí sentado, como un señor, me parece muy adecuado esta noche.- Te ruborizas, el que te considere un señor te hace pensar en lo importante que eres para mi, porque estarías dispuesto a ser el mendigo más pobre si con ello me contentaras. Llega el primer plato y empiezo a comer la pasta, saboreándola. - Estoy realmente hambrienta... ven acerca tu silla y siéntate a mi lado - obedeces en décimas de segundo, poder estar más cerca de mi es todo un privilegio. Cojo el tenedor y enrollo unos spaghetti, llevándolos a tu boca. El camarero al pasar observa la escena aun más extrañado. Quizá piensa que la crisis hace que la gente se comporte de manera extraña... y no sabe hasta qué punto...
- Gracias mi Señora, está delicioso cuando viene de su plato.
Lentamente van desapareciendo los spaghetti, en tu boca y en la mía, usando el mismo tenedor, y con cada bocado, las miradas son más intensas. Sabes que te está permitido mirarme a los ojos, que puedes mirar mi boca cuando paso la lengua para recoger los restos de salsa. Noto ese gesto inconsciente de relamerte al mismo tiempo, como imaginando que es tu lengua la que recorre mis labios.
- ¿Tienes sed? - te pregunto, llenando el vaso de agua.
- Un poco sí - te ruborizas, como si tener una necesidad fuera algo prohibido. Bebo del vaso y te hago un gesto para que te acerques. Cojo tu mentón con el índice y acerco mi boca a tu boca, traspasando hasta la última gota.... y antes de separarme recorro tus labios con la lengua, limpiándote los restos de salsa.

El camarero nos observa sin decir palabra y los comensales de las mesas adyacentes hacen algunos comentarios por lo bajo. Me resulta estimulante provocar que el orden y las formas establecidas se tambaleen. Sé por el suave suspiro que exhalas que estás ya excitado, y deslizo mi mano por debajo del mantel, para acariciarte. Tus ojos se cierran por un instante, no hay nada tan esperado, ni tan deseado como el momento en el que te toco.
- Señora, sé que se lo digo a menudo, pero me vuelve loco.
Sonrío, mientras te desabrocho el pantalón.
- Pues aún nos queda la carne y el postre.....
Tu paciencia es infinita, sabes que este juego se prolongará hasta que decida qué quiero hacer esta noche contigo.

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