Cuando tenemos la suerte de conocer a alguien que puede llegar a ser importante en nuestra vida, nos sentimos emocionados, ilusionados, y por nuestra mente pasan cientos de imágenes, de momentos aun por venir, en los que podríamos compartir nuestro tiempo y nuestro ser con esa otra persona. Es inevitable dentro de esa ilusión inicial imaginar que esa persona colma todas nuestras necesidades y expectativas y la construímos a imagen y semejanza de nuestros deseos, la idealizamos a partir de nuestra fantasía de lo que nos gustaría que fuera, y deseamos que esté en nuestras vidas tanto como sea posible, intentando hacer ese sueño realidad.
Con el tiempo, si realmente esa persona nos importa, bajamos de las nubes en las que vivimos tan a gusto y ponemos atención a la persona real, de carne y hueso, y al escucharla y observarla podemos pasar de la idealización a la admiración. Admirar a alguien es sorprenderse ante su forma de ser, es sentirnos de alguna forma identificados o representados, es reconocer cualidades latentes expresadas de forma atrayente, pero ante todo admirar se basa en la realidad, no en una fantasía.
Por supuesto la persona admirada no pasa a ser perfecta por el hecho de ser una especie de modelo para nosotros, pero para crecer a veces es necesaria una dirección, y lo que vemos representado en esa otra persona se convierte en un destino deseado para nuestra personalidad. Otras veces no es el crecimiento lo que nos atrae de su presencia en nuestras vidas, sinó la posibilidad de compartir parte de nosotros que vemos reflejado en su forma de pensar, de sentir, de ver el mundo que nos rodea, queremos fluir en una conversación sin fin, de alma a alma, disfrutando del simple hecho de ser humanos y de ser afines.
La idealización se vive hacia dentro, es un mundo particular hecho a medida, la admiración es nuestra valoración de lo que otra persona nos aporta, y se dirige hacia esa persona. Ambas formas son válidas, ya que fantasía y realidad son dos mundos entrelazados, sólo hay que tener presente que nuestro ideal nunca tendrá forma carnal, ya que si así fuera nos decepcionaría al no parecerse a lo que imaginábamos, y que la persona a la que admiramos no deja de ser alguien en crecimiento, y que es posible que en algún momento ya no necesitemos de su ejemplo, porque nosotros mismos habremos llegado a ser lo que representaba para nosotros.
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