Estaba esperando a una amiga en un bar de copas, y el verdor estridente de la pantalla me llamó la atención. Esta noche jugaban el Real Madrid contra el Lyon, disputándose la Champions. En ese momento el marcador permanecía inalterado, y algunos de los presentes observaban de reojo, seguramente porque no era precisamente el fútbol lo que más les interesaba. Al cabo de unos minutos hubo una pequeña exclamación de alegría y miré inconscientemente hacia la pantalla: el Real Madrid había marcado un gol (de Ronaldo Cristiano, yo no entiendo de fútbol pero el nombre me pareció curioso y se me quedó en la memoria).
Supongo que para los entendidos, la Champions es una ocasión importante, donde los equipos españoles tienen la oportunidad de medir sus fuerzas ante equipos de otros países. Estando en Madrid para un curso el año pasado, ocurrió un acontecimiento de esos difíciles de creer, ya que por primera vez un equipo español conseguía el triplete: la Liga, la Copa y la Champions, algo que hasta la fecha sólo otros cuatro equipos habían logrado en la historia. Y en esta ocasión el triunfo del Barça fué celebrado a bombo y platillo. Recuerdo que pensé que para ser las tres de la mañana había tanta gente en la calle como si fuera hora punta, y a pesar de no ser seguidora, ni de interesarme el fútbol, me sentí orgullosa de que un equipo español hubiera conseguido algo tan meritorio.
Volví a escuchar un vitoreo de alegría, esta vez más pronunciado, que me sacó de mis meditaciones, y pensé que el Real Madrid habría marcado otra vez, pero no... marcó el Lyon. Y ahí pasé a no entender nada. Mientras observaba con curiosidad las reacciones de los que permanecían atentos a la pantalla, empecé a hacerme preguntas: ¿era una cuestión Real Madrid - Barça? Eso parecía al menos, en la que no importaba el que ambos fueran equipos del mismo país, sinó que el Real Madrid NO ganara el partido y quedara eliminado.
Esa pregunta me llevó a otra de más trascendencia: ¿qué valores fomenta el deporte?
El que haya competición en cualquier deporte, incluso en uno de equipo, es una característica inherente, y a la vez provechosa, ya que nos impulsa a superarnos a nosotros mismos, a ir más allá de nuestros límites concebidos, con deportividad, con aceptación de la derrota si ésta se produce, con alegría cuando lo conseguimos .
Otra cuestión muy diferente es la competitividad, en la que se lleva a un extremo esa faceta del ser humano. Y eso es lo que estaba viendo, una muestra de competitividad, en la que alguien se alegra de la desgracia o la caída de los competidores (también llamados "contrarios", aunque dada la efusividad de las muestras casí hubiera tachado de "enemigos", y eso me recuerda el dicho que reza: "no hay mejor enemigo que el enemigo muerto", aquí supongo que se aplicaría "derrotado" en lugar de "muerto").
Los minutos transcurren y veo casi muestras de angustia en algunos rostros, esperando a que el marcador señalice el final del encuentro. Y ahí llega... y con ello las muestras de satisfacción, abrazos, palmaditas, incluso algunos gestos de "que les den". Me doy cuenta de que quizá, entremezclada con el deporte hay una cuestión aún más insidiosa, relativa a un enfrentamiento cultural que dura ya unos siglos: Cataluña versus Madrid, y que es posible que ello haya filtrado en algo aparentemente inofensivo como es el fútbol. No parece lógica esa satisfacción ante la derrota de un equipo si no hay alguna otra problemática que está encontrando salida en un evento deportivo. Y ahí entra la educación, la política, el reiterado uso de la descalificación de unos y de otros como forma de "ganar", cuando lo único que se consigue es "perder" la poca credibilidad que pudiéramos tener a cualquier nivel.
Quizá muy en el fondo aún podríamos encontrar una razón más profunda, arraigada en nuestro código genético, relacionada con la supervivencia del más fuerte. Aquel que tenía la fuerza, el que conseguía la comida, el que creaba tribu con sus descendientes, era el mejor considerado. Pero eso tenía un coste...
Viendo las reacciones que me rodean me pregunto si esos valores, esa educación o la genética, arrastrados durante tantas generaciones, siguen teniendo validez hoy en día, si quizá hemos visto ya los extremos a los que podemos llegar como seres humanos promoviéndolos, y si no es el momento de detenerse un instante y decir: "espera, espera... ¿son éstas las únicas opciones que tenemos?"
La respuesta está en manos de todos.
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