La entrada a la gruta era lúgubre y húmeda, en contraste con el verdor del bosque y los reconfortantes rayos de sol que se filtraban a través de las hojas de los árboles. Se detuvo unos instantes, dudando aún sobre su decisión de venir. "sólo si realmente quieres saber la verdad, Felicia, recuerda que después no hay vuelta atrás", le había dicho su madre. Para ella no había vuelta atrás, demasiado tiempo había aceptado con resignación su situación, y ahora que por fin era considerada una mujer adulta, había llegado el momento de saber.
Muchas cosas se decían sobre la mujer del bosque, sobre lo que era capaz de hacer con sus poderes, y se le atribuían fenómenos como reducir a un homber al tamaño de un enano, el poder de influir sobre la lluvia y el viento, incluso se decía que con sólo mirarte podía arrancarte la vida. Estaba asustada, es cierto, pero era su única posibilidad para salir de sus dudas, para desentrañar esos recuerdos vagos y efímeros que la asaltaban en sueños. Tragó saliva y permaneció en la entrada hasta que se aclimató a la oscuridad. Al fondo le pareció ver un luz, titilante y difusa, y con pasos vacilantes fué en su busca, las manos apoyadas en las paredes a modo de guía, chocando con algunos salientes de roca que le arrancaban exclamaciones de dolor. Junto a una fogata crepitante se encontraba la Umamba, como la llamaban los lugareños, una anciana sentada sobre un colchón de hojas secas y paja, una figura diminuta que aún lo parecía más al estar encorvada sobre un tapiz que tejía con manos huesudas y hábiles.
- Siéntate, no te quedes ahí de pie. - La anciana palmeó el suelo a su lado, sin mirarla. Felicia se sentó, dejando un buen espacio entre ellas.
- Yo... he venido por.... - no estaba preparada para el brillo profundo de aquella mirada, y mucho menos para la calidez que desprendía. No era ni mucho menos la figura atemorizante que le habían hecho creer.
- Sé a lo que has venido. Toma estas tijeras y corta un mechón largo de tu pelo. - Su voz no resultaba autoritaria, sino hipnótica, y la obedeció sin pensarlo, dejando el mechón en el suelo, cerca de la anciana. Con delicadeza, la Umamba tomó la guedeja y la tejió con un nudo de macramé al resto del tapiz. Felicia se moría de curiosidad por saber qué significaba todo aquello, y de nuevo sus pensamientos fueron transparentes para la Umamba.
- Fíjate en este entramado... - Felicia se acercó para observar detenidamente el entretejido de lana, y se dió cuenta de que había otros mechones de cabello anudados, pero estaban tan perfectamente imbricados en el tapiz que era casi imposible diferenciarlos.- Desde este momento tu destino está elegido. - La anciana fijó su mirada en Felicia, que empezaba a sentirse algo aturdida.
- ¿Elegido?... no entiendo... - sus palabras fueron apenas un balbuceo - yo sólo quería saber... de donde vengo... - un profundo sopor se adueñó de ella y no pudo evitar cerrar los ojos, y exhalar un profundo suspiro... el último suspiro.
- Eso ya no importa, pequeña, - murmuró la anciana mientras observaba el espíritu de la joven salir de su inerte cuerpo y centellear entre los hilos plateados de aquel tapiz vital, - ahora ya formas parte de los tuyos. - Y al cerrar los ojos pudo ver a Felicia siendo recibida por todos aquellos que la habían precedido, que como ella provenían de una tierra muy lejana, y que habían encontrado refugio en aquel extraño y mágico tapiz, y una fiel cuidadora y guardiana en la Umamba.
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