Las relaciones son como las cosechas, hay algunas que germinan y fructifican de forma exuberante, otras dan frutos pequeños pero muy concentrados en sabor, otras necesitan de muchos cuidados para salir adelante, y las hay que por más esmero que le pongas, terminan por no dar ningún fruto.
Cuando plantamos la semilla no podemos saber a priori qué tipo de cosecha nos espera, pero es vital mantener siempre en mente el mejor de los resultados posibles y el peor de ellos, no dando por sentado que ocurrirá ninguno en concreto. Tener la mente y el corazón abiertos permite que cada situación sea nueva y fresca, sin arrastrar los miedos del pasado... "yo siempre atraigo este tipo de relaciones, soy así" o "siempre me ha pasado lo mismo, no veo porqué esta vez va a ser diferente". Esta forma de pensar no permite ninguna flexibilidad, y las oportunidades de vivir algo diferente pasan de largo, ya que nuestra atención se sitúa en repetir los mismos patrones una y otra vez.
Cuando una cosecha se estropea y no da ningún fruto, no es que haya sido tiempo perdido, porque esos restos, si los dejamos reposar sobre la tierra, terminan por convertirse en el abono para una nueva cosecha, aunque es preciso dejar el tiempo suficiente para que ese proceso tenga lugar, no nos lanzaremos inmediatamente a sembrar de nuevo las semillas cuando el campo no está preparado ni la estación es la adecuada.
Es importante respetar los ciclos naturales y lanzarse al mundo cuando es el momento, cuando nos sentimos preparados para ilusionarnos con nuevas aventuras, y mientras tanto, permanecer en nuestro interior, cultivando nuestra propia compañía. La naturaleza siempre busca el equilibrio.
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