La primera vez que me salió la Torre en una tirada de cartas, no me gustó nada eso de que la gente se precipitara hacia el vacío, y realmente esa es la sensación que tienes, la de que no va a quedar nada en pie, como si un huracán estuviera atravesando tu vida, sin piedad, sin miramientos. No te queda nada a lo que agarrarte..... ¿o si?
En esta montaña rusa que es la vida, pasamos por momentos de desolación, en la que tocar fondo es lo más benigno que te puede suceder, pero es que ya lo dice el dicho, ¿qué es crecer sino enfrentarnos a lo que más miedo nos da y seguir viviendo? Pero es que a veces no es sólo miedo, es pánico, es angustia, dan ganas de meterse en la cama y no salir de ella, esperando que con un poco de suerte se quede en el ojo del huracán, ajena a tanta destrucción.
No estamos familiarizados con el ciclo de destrucción-construcción, pero ocurre constantemente. Al parecer nuestro cuerpo se renueva totalmente cada siete años, todas y cada una de sus células se destruye y nacen células nuevas, así que es lógico pensar que lo que se produce a pequeña escala también lo haga a gran escala. No podemos seguir siendo los niños, o los adolescentes, aunque una parte de ellos siga aún con nosotros. Es el momento de buscar formas nuevas de ser.
Pero ¿cómo podemos estar seguros de que saldremos de este pozo renovados y más desarrollados? Una de las tendencias que tenemos como seres humanos es a darle demasiadas vueltas a las cosas. Un árbol no se pregunta si la primavera siguiente florecerá y tendrá frutos, simplemente lo hace, o no, pero no me imagino a un árbol sufriendo una crisis de angustia (y si lo hacen, envidio esa capacidad para saberlo llevar tan bien). ¿Como podemos saber que mañana saldrá el sol otra vez? Siempre está ahí, lo veamos o no. Y nuestro crecimiento siempre está ahí, seamos conscientes de ello o no, nos resistamos o fluyamos con ello.
¿En qué podemos confiar? En que ya hemos pasado por esto montones de veces, en mayor o menor escala, y seguimos aquí, con más experiencia y más recursos, por supuesto seguimos teniendo miedos, pero cada vez parecen menos amenazadores. Sé que parece el remedio de la abuela, pero a mi me sirve. Confiar sobretodo en que este ciclo es algo natural y necesario, que no esobligado vivirlo a la tremenda, podemos aprender a ser surferos de los tsunamis. Porque al final todas las crisis se parecen, todas tratan de "dime aquello que más temes y vamos a hacer una sesión intensiva". No resulta fácil, el miedo es una emoción paralizante, y dar un paso detrás de otro se convierte en una labor titánica, pero posible.
También confío en mi misma, en que soy capaz de leer las señales, y también que soy capaz de rectificar si me estoy desviando, y de probar cosas nuevas (y no me refiero a la quincuagésima fórmula secreta de la Coca Cola). Una crisis significa que lo que era ya no funciona, ya no me sirve y que necesito ser de una forma diferente. Eso se podría decir que es hasta bucólico, asimilable a la eclosión de una mariposa.... pero el periodo de transición entre lo que fuí y lo que voy a ser, ese limbo de indecisiones y pruebas, de ensayos y errores, de aciertos y desafíos, eso requiere de todas nuestras fuerzas, de andar a tientas por un mundo desconocido, llevando a cuestas sólamente la confianza en que somos capaces.
A veces el destino, Universo, la vida, llamémoslo X, nos pone verdaderamente a prueba, y sacar fuerzas incluso de las piedras requiere de un espíritu entrenado en la dificultad, mantener una visión esperanzada, una cordura, es a veces increible. ¿En qué más puedo confiar entonces? En que todo tiene un propósito, en que puede resultar incluso chocante que te desaparezca el coche de repente, o que el dinero te alcance apenas para tres meses, porque al mismo tiempo suceden pequeños milagros, como que te devuelvan un dinero oportunamente, o que si necesitas algo urgentemente de repente conoces a alguien a quien le sobra y que gustosamente te lo regala.
Al final, cuando uno se convierte en espectador de su propia vida, es capaz de observar como funcionan estos ciclos, como si de olas se trataran, e incluso es posible adivinar en cierta forma su curso, sabiendo que al final no nos queda otra opción que aprender a navegar en estas aguas turbulentas y al mismo tiempo emocionantes, y que la vida no sería lo mismo si fuera siempre lineal y predecible.
Cuando uno está rodeado de caníbales, metido hasta el cuello en una olla hirviendo, ese parece el fin, pero mira, al menos uno está calentito, y da de comer al hambriento. Todo es cuestión de perspectiva.
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