Anoche estuve en un karaoke, pasando un buen rato con unas amigas, y después de mucho pensarlo, y venciendo mi timidez y los nervios, me animé a pedir una canción. Es una de mis favoritas, que conocí de una forma especial un domingo de invierno por la tarde, junto a una estufa, envuelta en una manta de franela. La canción es This Masquerade, de Carpenters, y tenía ganas de compartirla.
Ya la cosa no empezó bien cuando no eligieron la versión que yo pedí, que estaba en un tono más bajo del que yo puedo cantar, con lo que toda la canción se convirtió en un sufrimiento múltiple, por no llegar a las notas bajas, por estar destrozando una bonita canción, porque la música demasiado alta terminaba por ocultar lo poco o mucho que estuviera cantando, y porque no era capaz de reconocerme en aquella voz que apenas conseguía escuchar en los altavoces. En fin, terminó y me quedé totalmente desanimada, con la sensación de haber hecho el ridículo más espantoso... y por supuesto eso me dió que pensar sobre qué es el ridículo, pero más aún, sobre la importancia de la propia voz.
Muchas veces nos colocamos en situaciones que podrían considerarse ridículas, hacemos el tonto, o simplemente vamos más allá de los que se podría considerar adecuado, pero no siempre nos sentimos ridículos. ¿Qué es entonces el ridículo? Que se rían de nosotros no es determinante para sentirnos así, si así fuera la mayoría de cómicos habrían dejado de actuar hace mucho, es más bien que se rían de algo que nosotros consideramos importante, más aún, de algo que no queremos que resulte dañado por las críticas de los demás. Por lo tanto es un sentido de protección de una parte vulnerable de nuestro ser. Lo primero que pensamos cuando nos sentimos ridículos es que no deberíamos estar allí, pasando por eso, que no deberíamos haber permitido que eso llegara a suceder. ¿Qué intentamos proteger de la mirada o la burla de los demás? Precisamente aquello que más intentamos esconder es aquello que nos hace más humanos, más sensibles, y que más nos puede conectar con quien sabe apreciarlo. No consiste en hacer las cosas mejor o peor, sinó en hacerlas sin miedo, porque debajo del ridículo está el miedo a ser inadecuados, a no ser suficiente.
Y si no somos suficiente ¿quién escuchará nuestra voz? Mientras cantaba totalmente fuera de tono, me di cuenta de cuantas veces nos vemos obligados a hablar fuera de nuestro tono, a decir cosas que no queremos decir, a defendernos o a reclamar aquello que creemos justo. La voz es uno de nuestros principales instrumentos de comunicación, y apenas le prestamos atención al tono, al timbre, a la profundidad, a la melodía, y ya no digamos al contenido, a las palabras que usamos, las expresiones. Damos por supuesto que al hablar se nos entiende, y que no importa como digamos las cosas mientras que las digamos. Pero no es así, la forma es tan importante como el contenido. Una vez melodiosa resulta mucho más agradable que una estridente y produce un efecto diferente en la persona que escucha.
¿Quiero decir con esto que deberíamos apuntarnos todos a clase de dicción para parecer todos locutores de radio? Claro que no, cada cual tiene su voz, un sello de identidad, y como tal es una carta de presentación. Sólo sugiero que escuches tu voz, que la escuches a lo largo del día, que notes los matices de cuando estás inquieto, cuando estás feliz, cuando apenas tienes voz o crees que nadie te escucha, o cuando consigues dejar a alguien boquiabierto con lo que acabas de decir. Al igual que la voz es una forma de expresión que muestra a los demás como nos sentimos, lo contrario también es cierto, y es que usando un tono de voz determinado podemos influir en nuestro estado de ánimo, incluso en el curso de nuestros pensamientos.
Y es que ya lo dice el dicho: "quien canta, sus males espanta"... pero aseguraos de que cantais en vuestro tono.
2 comentarios:
Esa misma noche yo también estuve en ese karaoke, sentado en la parte más alejada del escenario. Te vi llegar con tus amigas, radiantes y divertidas, y me dio un poco de corte saludarte, lo siento.
Yo ya conocía esa canción, te la he escuchado cantar tantas veces que casi tarareo algunas partes. Y es posible que yo no sea muy imparcial, pero a mí gustó mucho cómo lo hiciste, Ester, a pesar de que el sonido de ese local no era el más adecuado. ¿No recuerdas unos aplausos que venían del fondo del local cuando terminaste?
Me he extendido un poco, pero en otra ocasión te cuento lo que les sucedió en un karaoke a dos amigos (de uno ya te he hablado y el otro soy yo), a quienes les inutilizaron el micrófono para que dejaran de emitir alaridos y que, pese a todo, siguieron cantando con todo su sentimiento (y su etílica inconsciencia también...)
Un beso
Ahhhh eras tú!!! Ya decía yo.... jejejeje. Bueno, hay noches mejores que otras, y me lo pasé bien por la compañía, y berreando también desde la mesa.
Ya tengo ganas de saber como sigue esa anécdota tuya del karaoke, si terminó en ducha de cubo de agua helada o no jajajaja.
Gracias por los ánimos, eres un solete.
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