17 de agosto de 2010

Mantener la llama

Cuando estamos en ese periodo en el cual deseamos encontrar a alguien especial, alguien con quien compartir lo mejor de nosotros mismos, alguien a quien mostrar también lo que creemos peor y aún así sentirnos aceptados, alguien con quien, en definitiva, podamos ser nosotros mismos, puede parecer que lo más difícil de todo sea encontrar a esa persona.

Pero lo cierto es que lo más difícil empieza una vez que la has encontrado. Sí, suena paradojico,ya que lo lógico sería que una vez encontrada la meta se hubiera conseguido, pero si en una cosa este mundo es implacable es que nunca nada termina realmente, todos los procesos se entrelazan unos con otros, y lo que parece ser un final es en realidad un principio.

¿Porqué digo que empieza lo más difícil? Por varias razones. Primero porque se genera el deseo, muy humano, de que esa relación dure para siempre, o siendo más realista, que dure tanto como sea posible, y se entremezcla la sensación de alegría por haber encontrado aquello que anhelábamos, con el temor a perderlo.

Hace falta mucho equilibrio interior para no dejarse llevar por ninguno de ambos y seguir invirtiendo en la relación. Seguro que está claro cómo nos puede perjudicar el dejarnos llevar por el temor a perder a alguien, el volvernos desconfiados, posesivos, exigentes no ayuda a conservar a la persona que amamos, pero lo contrario tampoco ayuda, ya que el volvernos demasiado confiados, sentir que ya está todo hecho y conseguido, puede hacer que olvidemos que una relación hay que cultivarla. Siempre.

¿Como se cultiva una relación?

Por supuesto que la base está en el cariño, en el amor que sentimos hacia la otra persona, pero hay que regar y abonar sobre esa base. Si preguntamos por ahí nos daremos cuenta de que una parte decisiva para que esa relación se crease fué precismente el principio. Cuando alguien nos interesa ponemos todos los sentidos en conocerla y en hacer que se interese por nosotros, es lo que se llama el Cortejo.

El Cortejo implica una y mil sutilezas, pequeños detalles, mostrar lo más atractivo de uno mismo (el arte de la seducción), e implica un darse a conocer y un interesarse por como es la otra persona, haciéndole saber que nos interesa, que nos gusta, que nos atrae. Eso hace que uno y otro se sientan especiales, elegidos entre cientos o miles de personas, y sobretodo, que somos importantes para alguien, alguien que no tiene ojos para nadie más que para nosotros.

Para muchos el cortejo termina cuando se consigue un compromiso de algún tipo con la otra persona, es como si ya no hiciera falta seguir esforzándose, como si ese compromiso fuera el fin, el objetivo, porque en cierto modo para muchos sólo es eso: un medio para conseguir un fin. Y después llega el abandono, el dar las cosas por hechas, el pensar que lo necesario ya fué hecho, y que eso por si solo mantendrá el status quo.

Y ahí está el error. La seducción y el cortejo forman una parte esencial de esa relación, ya que aportan una vibración, una calidad dificilmente conseguible simplemente con la convivencia. Algo tan aparentemente simple como reconocer cada día lo hermoso, lo que nos gusta, lo que nos parece tan atractivo del otro, renueva ese vínculo y lo fortalece. Hacerle saber que ocupa nuestros pensamientos, que provoca nuestro deseo, que influye en nuestras decisiones hace que esa persona sienta que forma parte de nuestra vida, una parte importante. Sentirse querido en este caso es tan importante como querer, por eso esas parejas en las que ambos aportan son las que mantienen más la ilusión.

Se dice que una relación perfecta tiene tres pilares: amor, sexo y romanticismo. Sin alguna de las tres puede sobrevivir, pero no realizarse. Sin ese amor que nos desborda cuando pensamos en el otro y que le transmitimos con palabras y gestos, sin ese sexo con deseo, con pasión arrolladora, y sin el romanticismo cotidiano, de llenar de atenciones a quien amamos, la relación poco a poco se va secando.

Es primordial no dar nunca nada por sentado, y seguir enamorando y enamorándonos cada día de la persona que hemos elegido y que nos ha elegido, para mantener viva esa llama que tan difícil fue de encontrar.

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