Usamos las palabras a diario, cientos de ellas, miles de ellas, sin darnos cuenta de que cada una puede ser una carga, una bendición, una salida, un futuro, un destino. Cada palabra lleva dentro de si un valor, el valor dado por generaciones de uso, y también el valor que cada uno le damos según nuestras experiencias.
Si decimos Madre, esta combinación de cinco letras puede despertar en nosotros diferentes recuerdos, desde la madre ausente, la madre que cuidaba de nosotros, la madre que nos decía qué o que no podíamos hacer, la madre que ha envejecido y ahora es apenas una sombra de quien fue.... pero sigue siendo una madre.
El valor pues, no depende únicamente de su definición, sinó de la carga emocional que se le añade con la vivencia. Por eso hay palabras que nos llegan muy hondo, mientras que otras apenas nos rozan. Sólo aquellas que significan algo para nosotros consiguen despertar esos circuitos neuronales que generan una respuesta múltiple, tanto en nuestro cuerpo como en nuestra realidad.
Porque además del valor emocional, cada palabra tiene una vibración física, que dicha en nuestra mente se propaga por nuestras células, causando una configuración determinada, como el agua que Masaru Emoto ha demostrado que puede cambiar de cristalización en función de la intención que se le proyecta. Y nosotros, serés de elevado porcentaje de agua, respondemos a la misma ley, y nuestras células, tejidos, órganos, se configuran según las palabras que rebotan en nuestros pensamientos, las que están cargadas de emoción.
Y si esto puede parecer extraño, solo tienes que hacer la prueba. Repite en tu mente palabras como "fracasado", "perdedor", "inútil", "tú no vales nada", cárgalas como balas, igual que en su momento lo fueron para tu corazón, que creyó a pies juntillas en su contenido, y observa cómo te sientes, como tus hombros están alicaídos, tu mirada triste, tu ánimo hundido...
Y por la misma regla de tres, palabras como "esperanza", "tú vales mucho", "puedes hacerlo", "eres especial", "este mundo es maravilloso" puede abrir las ventanas a un mundo nuevo de experiencias, una visión diferente de lo que te rodea, un cuerpo más sano, un corazón más feliz.
Una de las primeras cosas que aprendemos de niños es a hablar.... pero sólo después de muchos años podemos aprender a saber qué es realmente lo que decimos, y como eso afecta a nuestras vidas.
Y ahí empieza la elección consciente.... que cada palabra sea la primera y la última que digas.
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