17 de agosto de 2010

Todo llega para quien sabe esperar... o la naturaleza del deseo

Es una de mis frases favoritas, aunque no es de las más sencillas de aplicar ni de comprender.

Cuando deseamos algo con todas nuestras fuerzas, nos gustaría tenerlo cuanto antes, disfrutarlo, sentirlo, vivirlo. Pero... ¿no os ha pasado alguna vez que si algo que deseais lo teneis de inmediato parece como que algo se pierde al mismo tiempo? ¿qué es lo que se ha perdido?

Creo que en este caso la espera juega un papel importante, aumenta la ilusión, el anhelo, porque parte del deseo, una muy importante, está en no conseguirlo. Aquí estarían satisfechos los que argumentan que lo importante es el camino, no llegar al destino final.

¿Qué es desear sino intentar conseguir lo que no tenemos? Eso nos da la fuerza y el coraje para salir en su búsqueda, por eso una vida sin deseos es una vida sin objetivos. En algunas filosofías se dice que la felicidad se encuentra cuando se trasciende el deseo, es decir, cuando se deja de desear. Para mi la felicidad está en comprender la naturaleza del deseo y fluir con ella, no resistirse, porque el deseo es un motor importante en nuestra vida.

¿Cómo podemos fluir con la naturaleza del deseo? Hay dos formas a mi entender de vivir el deseo. En la primera de ellas nos enfocamos en el objetivo, en conseguir ese objeto de nuestro deseo, y eso lleva sin duda a la insatisfacción. Por una parte porque si no lo conseguimos nos sentimos frustrados, y por otra parte, porque cuando lo conseguimos dejamos de sentir esa vibración, ese empuje que nos impulsaba a seguir adelante, y nos sentimos vacíos.

Y es que lo verdaderamente importante es sentir ese deseo, eso es lo que nos hace sentir vivos, y si nos damos cuenta de que no importa lo que deseemos, sino que deseemos algo, estamos en el camino para captar la esencia del deseo.

Ahora bien, ¿qué sucedería si nunca consiguieramos satisfacer nuestros deseos? Pues que eso con el tiempo nos llevaría a dejar de desear, ya que necesitamos sentir que nuestros esfuerzos tienen una recompensa. Así que es necesario que se produzca la realización de los deseos para saber que nuestros esfuerzos no son en vano.

Por eso hay una segunda forma de entender el deseo: sabiendo que con el tiempo y con nuestra espera activa, es decir, haciendo todo lo posible por conseguir aquello que queremos, al final lo lograremos (o algo muy parecido) y que en ese mismo instante crearemos otro deseo nuevo que nos impulsará a seguir buscando. No es que no deseáramos lo suficiente aquello que hemos conseguido (muchos lo piensan, porque creen que al conseguir algo que deseaban mucho se sentirán colmados y satisfechos, y al sentir ese vacío posterior se desconciertan), es que una vez conseguido necesitamos volver a sentir esa fuerza que nos da el deseo, y buscamos algo nuevo que desear... y ahí es cuando podemos realmente disfrutar de lo conseguido.

No se trata, a mi parecer, de trascender el deseo, sinó de comprender que es una fuerza que nos impulsa y nos hace sentir vivos.

Mantener la llama

Cuando estamos en ese periodo en el cual deseamos encontrar a alguien especial, alguien con quien compartir lo mejor de nosotros mismos, alguien a quien mostrar también lo que creemos peor y aún así sentirnos aceptados, alguien con quien, en definitiva, podamos ser nosotros mismos, puede parecer que lo más difícil de todo sea encontrar a esa persona.

Pero lo cierto es que lo más difícil empieza una vez que la has encontrado. Sí, suena paradojico,ya que lo lógico sería que una vez encontrada la meta se hubiera conseguido, pero si en una cosa este mundo es implacable es que nunca nada termina realmente, todos los procesos se entrelazan unos con otros, y lo que parece ser un final es en realidad un principio.

¿Porqué digo que empieza lo más difícil? Por varias razones. Primero porque se genera el deseo, muy humano, de que esa relación dure para siempre, o siendo más realista, que dure tanto como sea posible, y se entremezcla la sensación de alegría por haber encontrado aquello que anhelábamos, con el temor a perderlo.

Hace falta mucho equilibrio interior para no dejarse llevar por ninguno de ambos y seguir invirtiendo en la relación. Seguro que está claro cómo nos puede perjudicar el dejarnos llevar por el temor a perder a alguien, el volvernos desconfiados, posesivos, exigentes no ayuda a conservar a la persona que amamos, pero lo contrario tampoco ayuda, ya que el volvernos demasiado confiados, sentir que ya está todo hecho y conseguido, puede hacer que olvidemos que una relación hay que cultivarla. Siempre.

¿Como se cultiva una relación?

Por supuesto que la base está en el cariño, en el amor que sentimos hacia la otra persona, pero hay que regar y abonar sobre esa base. Si preguntamos por ahí nos daremos cuenta de que una parte decisiva para que esa relación se crease fué precismente el principio. Cuando alguien nos interesa ponemos todos los sentidos en conocerla y en hacer que se interese por nosotros, es lo que se llama el Cortejo.

El Cortejo implica una y mil sutilezas, pequeños detalles, mostrar lo más atractivo de uno mismo (el arte de la seducción), e implica un darse a conocer y un interesarse por como es la otra persona, haciéndole saber que nos interesa, que nos gusta, que nos atrae. Eso hace que uno y otro se sientan especiales, elegidos entre cientos o miles de personas, y sobretodo, que somos importantes para alguien, alguien que no tiene ojos para nadie más que para nosotros.

Para muchos el cortejo termina cuando se consigue un compromiso de algún tipo con la otra persona, es como si ya no hiciera falta seguir esforzándose, como si ese compromiso fuera el fin, el objetivo, porque en cierto modo para muchos sólo es eso: un medio para conseguir un fin. Y después llega el abandono, el dar las cosas por hechas, el pensar que lo necesario ya fué hecho, y que eso por si solo mantendrá el status quo.

Y ahí está el error. La seducción y el cortejo forman una parte esencial de esa relación, ya que aportan una vibración, una calidad dificilmente conseguible simplemente con la convivencia. Algo tan aparentemente simple como reconocer cada día lo hermoso, lo que nos gusta, lo que nos parece tan atractivo del otro, renueva ese vínculo y lo fortalece. Hacerle saber que ocupa nuestros pensamientos, que provoca nuestro deseo, que influye en nuestras decisiones hace que esa persona sienta que forma parte de nuestra vida, una parte importante. Sentirse querido en este caso es tan importante como querer, por eso esas parejas en las que ambos aportan son las que mantienen más la ilusión.

Se dice que una relación perfecta tiene tres pilares: amor, sexo y romanticismo. Sin alguna de las tres puede sobrevivir, pero no realizarse. Sin ese amor que nos desborda cuando pensamos en el otro y que le transmitimos con palabras y gestos, sin ese sexo con deseo, con pasión arrolladora, y sin el romanticismo cotidiano, de llenar de atenciones a quien amamos, la relación poco a poco se va secando.

Es primordial no dar nunca nada por sentado, y seguir enamorando y enamorándonos cada día de la persona que hemos elegido y que nos ha elegido, para mantener viva esa llama que tan difícil fue de encontrar.

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